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Pablo Novak, el único morador de Villa Epecuén

El aire denso y el silencio casi absoluto son abrumadores.
Solo se escucha el rechinar de una bicicleta oxidada en las desoladas calles de Epecuén, a unos 600 kilómetros al suroeste de Buenos Aires.
"Yo vi nacer, crecer y morir este pueblo. Ahora lo único que disfruto es caminar entre estas ruinas y conversar con los visitantes", dice Pablo Novak, de 88 años; sentado en lo que fue uno de los visitados hoteles del pueblo, junto a Chozno su fiel compañero.
El 10 de noviembre de 1985, el centro turístico bonaerense Villa Epecuén, al borde del lago del mismo nombre, fue arrasado por el agua y se mantuvo sumergido bajo 10 metros por dos décadas. 
La población y los bomberos advertían de la catástrofe pero desde los gobiernos la minimizaban. “Los funcionarios municipales y provinciales habían jurado que cualquier desborde no superaría los diez centímetros y que esta villa seguiría siendo uno de los principales centros de salud del país”, escribió la periodista Josefina Licitra en su libro “El Agua Mala”.
Desde entonces, se convirtió en una especie de Pompeya en plena llanura pampeana.
Donde hubo risas solo quedan ruinas. Y un único morador, Pablo Novak, que regresó a su pueblo desierto para volverse uno de los hombres más solitarios del mundo.

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